Los Comienzos
Desde niño empezó a cantar en el coro de su escuela, pero aprendió a tocar guitarra a los 15 años cuando con su familia llegó a vivir a La Atarazana, barriada donde se topó a varios guitarreros. “Llegué al sitio exacto para aprender”, dice. En 1977 grabó para Ifesa un 45 con un cover y Buda, un tema suyo muy funky que todavía interpreta.
Año 1985. El cantautor Miguel Segovia, o Segovita, comía “un choclito” en el malecón de Salinas. Dos chicas colombianas caminaban por ahí y como buen “bacán y galán (pero educado)” que es, les preguntó: ¿cómo se llama el perrito que pasean?”. |
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“El milagro” de que contesten, se dio, una de ellas dijo: “se llama Gigí”, con un acento que sonó a llamado al altar, irresistible para alguien “tan bobo, tan fresco, tan metafísico…” como él.
Prefiere no recordar el nombre de su primera mujer, aquella que contestó un piropo en la Península. Pero rememora su vida en Bogotá (de 1986 a 1994) en donde dejó la guitarra, uno que otro vicio y una cierta fama en agrupaciones como Los Zanahorias y Una Vía, para convertirse en un maestro de construcción común y corriente y el esposo responsable de una jurista colombiana, que trabajaba para el Estado.
Ya por los años noventa, en un restaurante de Girardot, un animador ofreció a cualquier músico improvisado participar en la velada. Segovita no pudo resistirse. Tomó la guitarra después de unos cuatro años de no componer y encantó con su voz.
En el momento de los aplausos “se tragó” las palabras que un día le soltó a Pepe Parra, manager de Una Vía, su grupo, en 1981: “Me tienes hasta aquí, yo para ser famoso y chiro, prefiero lavar tuercas, andar sucio pero con plata. Se acabó tu huevada…”.
Ese concierto improvisado en Girardot fue el indicio de que recobraría el camino que había dejado. En 1994, Segovita regresó luego de su primer divorcio a su barrio, la Atarazana, donde un día despertó siendo músico. Cuando tenía 15 años, Jimmy Vargas, su pana, le prestó una noche su guitarra y se propuso aprender una canción de tres notas (La – mi - sol). “El man llegó en la mañana y me escuchó. Vea eso, dijo, naciste para tocar”.
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